Priorat: La Exuberancia y el Vacío

Desconozco si Stendhal visitó en alguna ocasión la comarca del Priorat, pero si lo hubiese hecho hubiese quedado maravillado al igual que yo de la exuberancia de una zona en donde los verdes, los grises y los marrones se entremezclan en un collage orográfico espectacular.
La comarca, a pesar de ser colocada en el mapa vitivinícola mundial gracias a renombrados críticos, sufre el mal común de otras zonas como es la despoblación, de hecho en menos de un siglo ha perdido la mitad de su población, que ha emigrado a las capitales de provincia o al extranjero en busca de otras oportunidades, alejadas del almendro, el olivo o la vid, cultivos mayoritarios en la zona.
En cuanto al mundo del vino, un puñado de valientes han visto el potencial de estas tierras y lejos de abandonar viñedos, arrancarlos o venderlos, han sabido resistir a las épocas más duras del Priorat, esa de los años setenta y ochenta donde nadie daba un duro por unos vinos tachados de facilones y mal elaborados.

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Es el caso de la familia Sangenis Vaqué, que a partir de 1978, comenzó a plantar viñas en Porrera, una de las localidades clave en los vinos de la D.O. Priorat. Hablando con Maria Sangenis, una de las integrantes de esta extirpe de viticultores heroicos, se denota la pasión y la defensa a ultranza que se hace en la zona del bien del vino, no solo como motor económico, sino también como identidad cultural. En su pequeña bodega es en donde gestan con cuidado y mimo los vinos, un perfeccionismo no tan usual en el mundo de la enología, que da como resultado unos vinos perfectamente elaborados y ensamblados, fiel reflejo del terruño de Porrera, en otros tiempos pueblo asociado al bandolerismo y que actualmente vive un esplendor merecido, como recompensa a la resistencia a la despoblación y el éxodo rural.
Asociamos Priorat a la Denominación de Origen, pero muchos no saben que la comarca del Priorat comprende otra Denominación de Origen que dista unos pocos kilómetros de la anterior y que no por ser menos conocida, debemos dudar de la calidad de sus vinos, porque los vinos de Montsant, nos brindan la oportunidad de degustar grandes vinos, aún no demasiado conocidos por el gran público.
En el Celler Masroig cuentan con orgullo que su bodega, nacida como cooperativa hace más de 100 años, conserva la tradición vitivinícola de las familias del pueblo, que continúan cuidando con extraordinaria atención cada detalle del cuidado de las viñas. Masroig es una de esas bodegas cooperativas que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos con las nuevas tecnologías y un buen plan de marketing y distribución pero sin renunciar a su identidad cultural, el mejor tesoro que poseen las cooperativas. Mención aparte son sus visitas enoturísticas, sin artificios, sencillas, en donde trasmiten creo, la identidad y los valores de la bodega en un sector, el enoturístico, en donde aún imperan los guiones aprendidos de memoria recitados sin pasión.

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No puedo terminar este artículo sin hablar del pequeño pueblo de Capçanes, que me ha acogido durante mi viaje al Priorat. Su cooperativa, aunque no pude visitarla por culpa de la pandemia, es otro claro ejemplo de alma de pueblo, un lugar de encuentro en donde las garnachas blanca y tinta o la cariñena trasmiten la misma autenticidad que sus gentes, reunidas en el Casal, que sirve como club social y de encuentro.
La exuberancia y el vacío, bonita contradicción para una comarca cuyo secreto mejor guardado para encandilar a amantes del vino como yo, es la sensación de una tierra despoblada, y que siga así mucho tiempo, porque ese es el secreto de su esencia...